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domingo, 11 de marzo de 2012

La mejor mamá del mundo, Por: Maritza Ulate

Al hablar de las madres es usual escuchar un sinfín de adjetivos que más que calificar a las mujeres que tienen hijos, las condicionan. Todos “sabemos” que las madres, por el solo hecho de ser madres, “deben” ser abnegadas, sabias, cariñosas, desprendidas, perseverantes, puras, castas y hasta se les califica de santas y ángeles terrenales. Su tarea es estar siempre listas para amar incondicionalmente, inspirar, animar, mimar, complacer y suplir cualquier tipo de necesidad. Este arquetipo fuertemente arraigado en el inconsciente colectivo encuentra reafirmación en todos los ámbitos de la vida; desde los mensajes publicitarios que venden mercancía en el día de las madres, hasta la expectativa, en cuanto a la futura conducta de una mujer, que presuponen sus amigos, familiares y cónyuge ante la noticia de que ella se convertirá en madre.

Indudablemente la mayoría de estas calificaciones son atributos deseables, pero no exclusivamente para las mujeres que llegan a ser madres, sino para todo ser humano.

Lo innato no es el “instinto materno”, sino el instinto del ser humano por proteger al que se percibe como indefenso. Sin embargo, de acuerdo a la tradición de nuestra cultura latinoamericana -y sin duda en muchas otras-, las madres cargan con la presión social de cumplir con todas estas características sin más calificación para hacerlo que el de ser madre. Es como si se esperara que estos atributos psicosociales, emanaran de forma espontánea en el primer parto, sin necesidad de haber sido modelados ni cultivados.

Una de las razones por las cuales se tienen estas expectativas para con las madres, es el hecho de que ellas han tenido que asumir la ausencia emocional -y en muchos casos hasta física-, del padre de sus hijos e hijas. El analfabetismo emocional del hombre es una constante en muchos de los hogares, por lo que la madre se ha visto obligada a asumir la responsabilidad de la crianza y cuidado de los niños y niñas, con todas sus implicaciones. En el mejor de los casos, el hombre se encarga de la provisión económica del hogar, pero usualmente desatiende y se auto libera de la responsabilidad de atender las necesidades psicosociales de los hijos e hijas.

Así también, una de las razones por las que se podría exacerbar calificaciones como la castidad, pureza y santidad, como cualidades necesarias en la maternidad, es la ancestral necesidad del hombre de asegurarse la paternidad biológica de su prole.

Estos arquetipos, tanto el de la maternidad, así como el arquetipo asociado a la paternidad, --esto es: el padre como proveedor material del hogar, desasociado de todo lo que tenga relación con el ámbito emocional--, causan, en el primer caso, una gran presión que las mujeres encuentran difícil de sobrellevar y en el segundo caso, una privación o castración emocional del hombre que le impide el disfrute de la crianza y participación en el desarrollo psicosocial de sus hijos e hijas.

Fácilmente se puede inferir que ambos arquetipos van de la mano con las problemáticas que se dan en los hogares en cuanto a los roles, responsabilidades y formas de interactuar de sus miembros. Sin embargo, se hace necesario dar mérito a las mujeres que han hecho todo lo posible por vivir de acuerdo a las expectativas de nuestra sociedad y frecuentemente han asumido la maternidad dejando de lado muchos de sus sueños e intereses individuales. Así también a los hombres que honestamente luchan por suplir las necesidades materiales de su hogar día a día.

Dicho lo anterior y tomando en cuenta lo planteado hasta aquí, cabría entonces preguntar ¿Para ser una buena mamá se debe renunciar a los proyectos individuales y vivir en función de las necesidades y expectativas de otros? ¿Qué significa ser una buena mamá? Para responder a estas preguntas es necesario reflexionar sobre la necesidad de todo ser humano de desarrollarse de forma plena e integral.

El ser humano, sea hombre o mujer, debe procurar su bienestar físico, psicosocial y espiritual, y esto requiere, entre otras cosas, de un balance adecuado entre satisfacer nuestras necesidades, metas, aspiraciones y proyectos individuales y dar de sí, en tiempo, esfuerzo y cuidado, a aquellos que forman parte de nuestra vida. De esto depende el tipo de relaciones interpersonales que establecemos y desarrollamos con los demás, incluyendo los hijos e hijas. Claramente, la cantidad y calidad del tiempo, esfuerzo y cuidado que les otorgamos a los demás, dependerá del vínculo que nos une a ese otro. En el caso de los hijos e hijas, este vínculo es tan fuerte que podemos llegar a perder este balance con el afán de asegurarnos el bienestar de ellos y ellas.

Al perder el equilibrio, usualmente se desfavorece el propio desarrollo integral; y es aquí donde surge la paradoja del arquetipo de la madre: ¿Cómo procurar el desarrollo pleno e integral de los hijos e hijas si el propio desarrollo ha quedado truncado? ¿Cómo modelar y procurar que los hijos e hijas establezcan y caminen hacía la consecución de sus metas y aspiraciones si se han dejado en el camino las propias?

Las mejores madres, desde esta perspectiva, probablemente sean aquellas mujeres que reconocen la importancia de su propio desarrollo integral para poder dar de sí lo que sus hijos e hijas requieren para crecer saludables en todas las dimensiones de su ser, esto es en los ámbitos físico, psicosocial y espiritual. Las que reconocen que el haber dado a luz a una hija o a un hijo no las califica de forma inmediata para ser buenas madres, sino que al igual que se han esforzado por adquirir los conocimientos y habilidades para su adecuado desarrollo y desempeño en otras actividades, también deberán educarse y prepararse para la tarea de ser madre.

Las mejores madres probablemente sean aquellas que procuran y demandan que el padre de sus hijos e hijas se involucre en su crianza porque reconocen que ellos y ellas necesitan este apoyo para su buen desarrollo y bienestar.

Las mejores madres probablemente sean aquellas que con esfuerzo y dominio propio moldean en sus hijos, a través del ejemplo, el amor por la vida, el respeto por el otro, la importancia de trazarse un proyecto de vida y luchar por alcanzar metas concretas y aspiraciones reales que les aproximen día a día a este proyecto.

Las mejores madres probablemente sean aquellas mujeres que viven plenamente, que han aceptado el reto de tomar las riendas de su vida, orientadas por los valores cristianos universales; las que procuran día a día ser mejores seres humanos para entonces poder ejercer su maternidad de la mejor manera posible de acuerdo a su propia realidad. Las que aprovechan cada oportunidad y cada desafío para crecer y hacer crecer a sus hijos e hijas.

Sin lugar a duda actualmente hay una gran cantidad de recursos que proveen consejos y técnicas de cómo ser una mejor mamá, sin embargo lo más importante será la actitud que se asuma ante el reto de ser persona, mujer y madre.

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