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lunes, 29 de abril de 2013

Serie: ¿Hablamos? - Artículo 3. La libertad de perdonar, Por: Sixto Porras y Maritza Ulate


Nuestro trasfondo cultural nos lleva a interpretar el presente de otra manera. No puedo medirte por la historia que viví. Tengo que conocer tu historia para entender por qué reaccionas como reaccionas. Pero también debo aprender a soltar el pasado. Ahora estamos escribiendo nuestra historia. Hoy, antes de iniciar el año, anoto las fechas de cumpleaños y aniversarios y los pongo en grande PARA QUE NO SE ME OLVIDE. Y para ella los cumpleaños ahora son menos importantes porque ella sabe que la amo todos los días.

Tenemos que aprender a cambiar la forma en que manejamos los recuerdos, a romper el ciclo del dolor, perdonando, resolviendo y replanteando nuestra vida. Esto nos permite ser mejores personas. 

Me gusta compartir la historia de mi madre. Mamá era hija de una de las cinco amantes de mi abuelo. Su madre la regaló a una tía, y esta la educó como esclava. El recuerdo de su padre es de un hombre subido en un gran caballo. Cuando ella le llevaba el café él se lo arrojaba en la cabeza. Siendo una adolescente soñaba con que alguien la amara y alguien la «amó» y la dejó sola con mi hermano mayor. Luego apareció mi papá, quien se dedicó a lo que mejor sabía hacer: chiquitos. Mi papá tampoco sabía lo que era el amor porque su madre enviudó cuando él era pequeño, y quedó sola con nueve hijos. Cada uno tuvo que salir a ganarse la vida en el campo como pudo. 

Sin tener una historia mi mamá se casó con un sueño, una ilusión. Comenzamos a nacer nosotros. La tendencia es repetir la historia del dolor y que la traición destruya otra vez la vida. Mas ella decidió pararse en el camino y perdonar a quienes la lastimaron y la abandonaron. Yo lo vi. Un día me dijo: «vamos a Nicaragua a buscar a mi mamá». Ella ni siquiera sabía donde vivía. «Yo sé como se llama» —me dijo—, «y la quiero ir a buscar para decirle que estoy bien, para decirle que la amo, para decirle que si necesita un hogar mi casa es su casa». A pesar de los errores de mi papá ella nunca envenenó nuestro corazón con odio hacia él. Ella decidió construir una vida nueva, a partir de un sueño, un anhelo. 

Definitivamente los ciclos se rompen y se inicia una historia nueva con la capacidad de perdonar, de resolver el presente y de replantear nuestro futuro. A medida que se aprende a perdonar se acepta el pasado, no importa cómo este haya sido. Muchas veces yo vi a mi mamá llorar con lágrimas de dolor. Después, sin embargo, la vi llorar con lágrimas de un recuerdo que ya no producía el mismo dolor. Era una historia que había dejado una enseñanza en su vida. Yo soy el hijo de una mujer que decidió perdonar a quienes la abandonaron; soy el hijo de una nueva construcción. Yo soy el fruto de su amor. Ella solía decirnos: «cada vez que rían porque les va bien en la vida, no olviden que para reír primero tuvieron que llorar». 

Alguien tiene que detenerse y terminar con el ciclo del dolor que ha venido de generación en generación, para comenzar a escribir esa nueva historia. Si queremos asumir el gran reto de sacar adelante a nuestros hijos, debemos terminar el ciclo de dolor, dejar como herencia una nueva forma de vida a partir del perdón. Cuando decido perdonar no solo acepto el pasado y detengo el ciclo del dolor sino que soy verdaderamente libre. Perdonar es liberar a alguien de la deuda que tiene conmigo. No es un sentimiento sino una decisión que se sostiene en el tiempo. Nunca he escuchado a alguien decir: «¡cuánto deseo perdonar a esa persona que me hizo tanto mal!» Perdono porque entiendo que frente a la falta de perdón la única víctima soy yo. Cuando perdonamos volvemos a ser libres para levantar la vista y volver a amar. Si necesitamos perdonar, es vital iniciar  el proceso y sostenerlo en el tiempo. En el momento oportuno esa decisión producirá nuevos sentimientos. 

Una vez mi hermano, ya grande, dijo algo que me hizo pensar mucho. Mi mamá nos había contado del difícil camino que había transitado. Después de escucharla exclamó: «¡Qué extraño!, teniendo todas las razones para odiar, ¿por qué es que nos vemos imposibilitados para hacerlo?» La respuesta es clara: porque somos una nueva generación de una dama valiente que se paró en el camino y cortó la herencia de dolor dejada en su vida. Yo soy una nueva historia. Ella nos reveló a Dios, su perdón y su gracia. Nos enseñó a amar y a admirar a papá a pesar de sus errores. Esa capacidad de construir a partir de la esperanza solamente la da el perdón.

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