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domingo, 18 de enero de 2009

Intimidad, Sexualidad y Espiritualidad, Por: Claire de Mézerville

¡Como se ha tergiversado la sexualidad, desde los principios de la historia! El hedonismo humano la ha complicado, -irónicamente tratando de simplificarla-, separando el cuerpo de las emociones, de lo espiritual y de las convicciones más profundas… Hemos separado al cuerpo de la amistad. Así, para algunas mujeres, el compañero de cama es difícilmente un amigo, aunque estén unidos por una alianza de oro en sus dedos. Y el hablar del ámbito del cuerpo, el deseo, la desnudez, se evade tras el silencio y la rutina. Aunque la intimidad sexual sea o no satisfactoria, se le ha ido separando del amor. La infidelidad es cada vez más tolerada, porque nos hemos ido acostumbrando a la mentira de que “es posible tener un encuentro únicamente físico”. Parece que hacer el amor tiene mucho de hacer y casi nada de amor.
La sexualidad que se promueve en una sociedad egocéntrica y superficial –haciendo mella en las inseguridades de hombres y mujeres-, es una sexualidad cargada de machismo, de luchas de poder. Fomenta una visión muy pornografizada del ser humano, concentrada en las sensaciones de la piel y en el placer individual. Es una sexualidad carente de una noción clara del encuentro entre dos personas integrales: dos personas con cuerpo, con espíritu y con alma, que puedan mirarse a los ojos y expresar su necesidad de dar y recibir afecto.
Integridad del ser humano
Somos personas integrales. No es posible escindir nuestro espíritu de nuestra sexualidad, así como no es posible separar nuestra psicología de nuestro cuerpo biológico. Sin embargo, muchas veces tendemos a pensar que el sexo es deshonroso o que es una parte de la vida humana del que Dios mismo se avergüenza. Históricamente, muchas escuelas de pensamiento han apostado por la no-sexualidad, considerando que “el ser humano que quiera ser espiritual necesita apartarse de lo sexual y lo carnal”.
Esta es una concepción errónea. En muchos escritos antiguos, especialmente en la Biblia, puede apreciarse el propósito de Dios para la sexualidad: que el hombre y la mujer, en su identidad personal, tengan una vida afectiva genuina y satisfactoria; que la pareja fluya en la sexualidad erótica, que se ame, que se honre, que se desee, que se necesite. Todo esto, porque Dios desea la realización del ser humano, en el marco del compromiso, el amor y la dignidad. La desnudez humana no es vista como algo malo cuando se enmarca en un compromiso de amor: el hombre y la mujer fueron creados en esa transparencia del cuerpo como tal, de no avergonzarse de la creación de Dios manifestada en el cuerpo, en el deseo y en el placer del encuentro.
Intimidad y sexualidad

Intimidad es la capacidad de superar el aislamiento –no solo del cuerpo, sino también de las ideas, creencias, emociones y necesidades-, así como establecer un vínculo de confianza y pertenencia con la otra persona. Es una vinculación de la personalidad, en lo emocional y lo espiritual. La intimidad en la pareja es una manifestación muy completa del afecto. En las miradas cómplices entre un hombre y una mujer ya se puede apreciar la afectividad cargada de erotismo; la búsqueda de una relación exclusiva y comprometida, la cual es la antesala para un lazo -no solo físico-, sino también de amistad erótica, de comprensión mutua y de unión emocional. El sexo es una oportunidad maravillosa para desarrollar intimidad. Es una dimensión en la cual pueden expresarse añoranza, mimos, urgencia, pasión y ternura.
No obstante, aunque la desnudez, el deseo y el placer –así como los tabúes que frecuentemente los acompañan- son parte cotidiana en la vida de muchas parejas, la triste realidad es que para muchos de ellos no existe una intimidad profunda. Es triste que una intimidad sana y enriquecedora se quede en añoranzas en la vida de muchas parejas, rara vez concretándose como una realidad.
La satisfacción sexual es un elemento que muchas personas desean y que genera importantes expectativas y fuertes temores. Otras veces, también significa un forzado silencio y mucha vergüenza. Algunas personas, en su relación de pareja, se limitan a sí mismas, pensando que no son merecedoras de placer a menos que tengan cuerpos perfectos, o pensando que ambos deben vivir las etapas del encuentro sexual en forma simultánea, telepática y alcanzando la totalidad del orgasmo en todas las ocasiones.
Si bien una vida sexual satisfactoria es importante y valiosa, no debe ser el centro absoluto de la vida de la persona. El placer sexual es una dimensión del matrimonio importante y que puede durar muchos años, siempre y cuando se construya sobre los fundamentos del compromiso, el amor, el compañerismo y, en algunos casos, inclusive el sentido del humor. La sexualidad no se limita a la genitalidad: abarca un espectro mucho más amplio de caricias, besos, compañía agradable y palabras de afecto. La intimidad, la honestidad y la confidencia sobreviven las marcas de la piel, los cambios que los años naturalmente traerán sobre el cuerpo y los períodos en los que sea más difícil alcanzar los más altos potenciales de placer físico.
Aunque la relación sexual no siempre satisfaga todos los deseos físicos, el encuentro, las caricias y la confianza recíproca brindan placer emocional y fortalecen la intimidad.
La sexualidad que no puede ser genitalidad
Hablar sobre sexualidad es hablar sobre vida, sobre metas, sobre ilusiones y proyecto vital. Hablar sobre sexualidad es identificar cómo se relaciona la persona consigo misma y con los demás, en particular con el sexo opuesto. ¿Se caracterizan estas relaciones por el aprecio, la consideración, el respeto? Hoy en día se apuesta cada vez menos por una sexualidad sana.
Se deja de lado la posibilidad integral de comunicación con nuestros semejantes.
La sexualidad no se limita a las relaciones sentimentales: implica las relaciones familiares, de amistad y de compañerismo. Cuando la persona no está comprometida en una relación de matrimonio, es importante que pueda explotar su vida afectiva por medio de vínculos genuinos de amistad y una convicción profunda del valor de su cuerpo y del cuerpo de los demás. Esta convicción es muy importante para vivir, con integridad, las etapas de la vida en las que la sexualidad no se manifiesta por medio de relaciones sexuales genitales. No por eso deben descuidarse las relaciones humanas: ¡todos necesitamos sentirnos apreciados y capaces de apreciar a nuestros semejantes! Es por esto que, en su dimensión afectiva, es fundamental desarrollar la ternura como medio de intercambiar cariño.
Muchas manifestaciones de la ternura se caracterizan por la renuncia o postergación de la gratificación física personal. La ternura ayuda al hombre y a la mujer a mantener el intercambio afectivo, por medio de detalles, gestos de cariño, como tiempos de soledad apacible, apreciación del arte, practicar deportes juntos y cultivar amistades significativas, aún en períodos en los que las relaciones sexuales no son totalmente satisfactorias, o simplemente no pueden darse.
En ambas dimensiones, tanto en la sensualidad como en la ternura, las personas necesitan administrar sus impulsos y necesidades con equilibrio y autodominio –aún cuando la presión emocional sea fuerte-, tomando en cuenta los valores humanos más centrales. Esto no es sencillo. Sin embargo, la convicción profunda de que las relaciones sexuales ameritan una entrega enmarcada en un contexto de convicciones, ternura y compromiso, puede hacer más llevadera la decisión de postergar la gratificación física personal. Para que la sexualidad pueda desarrollarse en forma integral, es necesario que involucre la vida interior del hombre y de la mujer. La intimidad –entendida como la sensibilidad ante los procesos de la pareja, la seguridad de la aceptación del otro y, por ende, el fortalecimiento de la autoestima--, puede bien existir aún en relaciones platónicas, como la amistad y la fraternidad. Aunque es cierto que cobra una fuerza especial en la relación de pareja –donde la unión de los cuerpos es un ingrediente importantísimo en la comunión (“común unión”) del hombre y la mujer-, todas las personas, tanto las que son sexualmente activas como las que no, necesitan procurar su desarrollo humano y afectivo pleno, en un marco de respeto, de dignidad y de estima propia.

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