Otro
de los elementos fundamentales es aprender a manejar el pasado, ese pasado que
manda mensajes al presente y que predetermina muchas de nuestras actitudes.
Para muchos de nosotros las situaciones sin resolver y los temas del pasado aún
están dirigiendo nuestras vidas. Debemos tener mucho cuidado porque esto puede
distorsionar potencialmente la comunicación. Algunos de nuestros sufrimientos,
incluso, son el resultado del pasado no resuelto y no necesariamente de esta
relación presente. El otro día alguien me compartía: «hace diez años sufrí una
traición y de vez en cuando la vuelvo a revivir en mi imaginación». ¡Esto no es
bueno! Debemos detenernos para resolver las situaciones del pasado.
El matrimonio involucra a cuatro personas: dos adultos
que hoy conviven juntos, pero también involucra a dos niños internos que
reaccionan por causa de su trasfondo familiar y sus recuerdos. El temor de
volver a vivir situaciones negativas del pasado nos paraliza. Debemos aprender
a manejar el pasado. El señalar circunstancias específicas o a nuestros padres
como culpables de situaciones o experiencias que tuvimos que enfrentar, no
soluciona nada. Nuestros padres son humanos y, por lo tanto, tuvieron fallas.
Puede que aún sintamos resentimiento, enojo o amargura hacia ellos por lo que
hicieron o dejaron de hacer. Si es así, debemos buscar la forma de resolverlo.
Encontrar causas que nos ayuden a explicar algunos
hechos del pasado es útil. Sin embargo, cuando hacemos de nuestros padres u
otras personas que influenciaron nuestra vida, chivos expiatorios, lo único que
logramos es escaparnos de asumir responsabilidad por la forma en que somos hoy
día. Vivir en el pasado frecuentemente hace que nos percibamos como víctimas;
nos imposibilita para tomar las mejores decisiones, predisponiéndonos para el
fracaso. Por el contrario, asumir las responsabilidades y consecuencias de
nuestros actos
propicia la comunicación sana con los demás y la toma
de decisiones asertivas; en fin, nos predispone para el éxito en la vida.
En una ocasión, olvidé el cumpleaños de mi esposa
Helen. Apenas alcancé a llevarle un ramo de flores a las diez de la
noche, luego de que mi asistente me lo recordara. Helen estaba herida,
lastimada. Nos acostamos y fue una de esas noches en que la cama se hace angosta
y cada uno se queda en su esquina. Yo me quedé pensando y me pregunté: « ¿por
qué se me olvidó el cumpleaños de Helen, si yo la amo?»
Al día siguiente nos
sentamos y le dije: «yo te amo. Quiero decirte que te amo todos los días. No se
me olvido tu cumpleaños porque no te ame. Se me olvidó porque en mi casa yo no
sabía cuando cumplía mi papá, mi mamá o mis hermanos. Mis papás tenían que
trabajar tanto que nunca celebrábamos los cumpleaños. Pero yo te amo todos los
días. Te amo cada vez que te lo digo, que soy responsable». Comencé a
enumerarle todas las cosas por las que la amo. Ella me respondió: «en mi casa,
una de las expresiones más grandes de amor era recordar el cumpleaños de
la otra persona». ¡Por eso ella estaba lastimada!
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