
Se habla mucho de los roles socialmente esperados de los hombres; sin embargo, estos estereotipos les han privado de sus verdaderas funciones dentro del seno familiar, tales como compartir del sostén emocional de su familia, ser proveedores afectivos y compañeros amorosos. Todo esto en detrimento de su propia salud emocional y de las otras personas a su alrededor.
Podemos apuntar por lo tanto, que la concepción de lo masculino es más complejo que solo los factores biológicos que puedan caracterizarla, ya que todo el proceso de formación de la identidad -tanto masculina como femenina- está rodeado por una serie de eventos y rituales que separan las características de ambos sexos y van definiendo a cada uno. Un ejemplo de ritual de paso de niño a “hombre”, es la costumbre de ciertos padres, de llevar a sus hijos de cierta edad a prostíbulos, para “hacerlos hombres”.
De esta manera, el contexto social y familiar va influyendo en la identidad que de sí mismos se forjan los hombres. La sociedad y, de forma más directa nuestra propia familia, nos van señalando qué significa ser un “hombre”, imponiendo actitudes, formas de interactuar con su mismo sexo y también con las mujeres, y hasta nos rotulan como deberían expresar sus sentimientos. De esta manera, el hombre se socializa de acuerdo a los roles que se le asignan. De igual manera, se le despoja de ciertos roles que están reservados para la mujer. En una sociedad tradicionalmente patriarcal, como la sociedad latinoamericana, por ejemplo, a ciertos hombres se les señala de forma enfática y desde la niñez, que deben alejarse de todo aquello que se considere femenino.
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