La pregunta que surge es, ¿cómo lograrlo? Reduciendo el ritmo para poder disfrutar la lluvia caer, el abrazo de un hijo y la caricia de un abuelo. Vivir bien no significa ausencia de problemas, o ausencia de dolor, porque no hay día sin noche.
Abrazar los principios universales de la sana convivencia es lo que nos permite tener una conciencia tranquila y una mirada clara. Viven bien los que tienen una conciencia transparente.
Vivir bien es el compromiso sostenido en el tiempo, en expresiones tales como la fidelidad, el respeto, la capacidad de pagar el precio implícito por amar perdonar, y permanecer. Estos compromisos requieren esfuerzo y dedicación pero que al final son los que nos otorgan una mejor calidad de vida y paz interior.
El vivir bien no lo determina cuánto salario gano, dónde vivo, en qué lugar estudian mis hijos. Lo determina cuánto valoro lo que tengo, cuánto disfruto el amor de los que amo, cuánto tiempo invierto en compartir con mis amigos, cuánto aprecio mi trabajo, cuánto entusiasmo transmito a quienes conozco y con quienes vivo; cuán provechosas son las relaciones con mis semejantes, cuán integrado estoy a la comunidad que pertenezco.
Vivo bien cuando me doy la libertar de interpretar mi pasado correctamente, entendiendo que se regresa a él solo para inspirarnos y para entender que debemos dejar ir lo que nos dolió y que ya no existe. Vivir bien se logra perdonando a quienes nos lastimaron, a quienes nos abandonaron, y valorando a quienes hoy están con nosotros, a quienes nos recibieron y nos dieron una mano. Esto posibilita el establecer relaciones satisfactorias con los que hoy me rodean, con mi comunidad, y con mi entorno, porque tengo una relación de valoración mutua, de respeto y cooperación.
Vivir bien es tener equilibrio en la vida, a fin de lograr un mayor bienestar emocional. Es no dejarnos dominar por las bajas pasiones que nos heredan ira, desesperanza y frustración. Es la capacidad de levantarse cuantas veces hayamos caído; es perseverar aunque la noche se haya extendido. Es saber que caminando llegaremos. Es mantener serenidad ante la vida, alegría de vivir y armonía consigo mismo y con el mundo que nos rodea. Sin este equilibrio no hay paz interior.
El Vivir bien se obtiene mediante la capacidad de resolver satisfactoriamente los conflictos. Se da cuando ejercito la habilidad de respetar la opinión de los demás, de generar el espacio para diferir, de pedir perdón si ofendí. De saber que la vida tiene varios colores y formas de ser interpretada. Se vive bien, cuando se adopta una actitud madura ante la vida y renunciamos al capricho demandante.
La armonía con Dios la encuentro cuando me reconcilio con Él por medio de la valentía de reconocer mis errores y pedir perdón de corazón. Perdón que mueve al cambio de actitud, y como consecuencia, tranquilidad de alma.
La armonía con nosotros mismos, la conseguimos cuando nos damos la oportunidad de dejar de ver reiteradamente hacia fuera y nos detenemos para enriquecer nuestro diálogo interno.
La armonía con los demás, no la determina el que le caiga bien a todos, ni siquiera que me aprecien, es consecuencia de saber valorar las diferencias, de mantener la distancia correcta, de concentrarme en las virtudes que identifican a quienes me rodean, de perdonar su errores, y de nunca dejar que el agravio se convierta en amargura. Lo determina la capacidad de soltar a quienes han partido, o bien a quienes nos han abandonado. Es la capacidad de amar a quien me aprecia, y de perdonar a quien me lastima.
Mientras un amigo se casaba, pronunció unas palabras a su amada cargadas de sabiduría, él dijo: “Te amaré, porque en el tanto lo haga me acercaré más a Dios y seré feliz, y amaré a Dios, porque en el tanto le ame, más te amaré.” En esta frase se expresa uno de los secretos más profundos para determinar vivir a plenitud, elegir amar a quien tengo que amar, decidir vivir en la dirección correcta, elegir tener armonía con lo que soy y lo que tengo.
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