La dinámica del mundo actual plantea un enorme desafío para los hombres y mujeres que procuran establecer un apropiado equilibrio entre el tiempo asignado al trabajo y al que se dedica para compartir con la familia.
Un primer aspecto de esta reflexión nos debe conducir a la importancia que tiene un entorno familiar saludable, con relaciones sólidas y positivas, en la proyección laboral de toda persona. En efecto, cuando la situación familiar enfrenta dificultades, la persona tiende a desconcentrarse, desmotivarse e indisponerse en su ámbito de trabajo. Por eso, son tan importantes el bienestar del hogar y una adecuada calidad de vida personal para el buen desempeño y la realización en el trabajo. De igual forma, se debe prestar atención a los problemas y dificultades que surgen en el escenario laboral, ya que, con frecuencia, su inadecuado manejo hace que se lleven al ámbito familiar, ocasionando más estrés, cansancio, desánimo e irritabilidad.
Un segundo aspecto relevante radica en el dilema entre la cantidad o la calidad del tiempo que se le dedica a la familia. Una idea que ha decrecido, por su obsolescencia, es aquella que señalaba que unos cuantos minutos de calidad dedicados a la familia eran mejor que mucho tiempo asignado pero de baja calidad. Hoy sabemos que todo tiempo compartido en familia debe ser de alta calidad; es decir, un tiempo donde se construyen relaciones armoniosas, donde prevalezca el diálogo abundante y se compartan con satisfacción y respeto las responsabilidades del hogar. En nuestra época, sin embargo, donde existe tanto ruido y agotamiento por las múltiples ocupaciones, se hace necesario recuperar la dimensión cuantitativa del tiempo en familia. Para compartir con la familia se requiere disponer de un tiempo adecuado. Los valores no se pueden inspirar, ni modelar en los hijos sino se toma el tiempo suficiente para compartir experiencias y sostener diálogos abundantes con ellos. Por su parte, el vínculo matrimonial tampoco se puede fortalecer ni remozar sino se toma tiempo para la intimidad afectiva, física y espiritual de la pareja.
Durante mucho tiempo, prevaleció una idea equivocada en el mundo laboral, la cual consideraba como modelo de un “buen trabajador”, aquel que demostraba su lealtad y disposición a la empresa, mediante su permanencia en ella durante jornadas interminables. Bajo esta perspectiva, el antiguo paradigma alentaba a las personas a “sacrificar” sus actividades personales y familiares, por las tareas y responsabilidades en el trabajo.
Aunque aún pueden subsistir resabios de esta concepción, se ha comprobado ampliamente que la ausencia de un balance apropiado entre el trabajo y la familia terminará por socavar a una o a ambas dimensiones de la vida de una persona.
Una de las claves para el éxito en la vida de una persona consiste en poder establecer un adecuado equilibrio entre el tiempo dedicado al trabajo y a la familia, en sentir satisfacción y realización en ambos escenarios. Por diversas y complejas razones de carácter socioeconómico y cultural, cada vez más las mujeres han tenido que asumir responsabilidades laborales fuera de su hogar. En ocasiones se ha asociado esta situación al hecho de que los hogares se muestran actualmente más vulnerables, ya que la mujer, en el pasado, permanecía más tiempo al frente de las tareas del hogar y esto permitía una mayor atención y orientación a los hijos.
Sin embargo, la modificación de la dinámica familiar, a partir de una mayor incorporación de las mujeres a trabajos fuera del hogar, no puede presentarse como la única causa del aumento de los problemas en los niños y adolescentes. El problema es mucho más complejo, para reducirlo a este argumento. Hoy existe más conciencia en que los hombres deben compartir la responsabilidad en las tareas del hogar.
También resulta cierto que un hogar afianzado en valores sólidos, con una distribución adecuada y equitativa de responsabilidades, con una comunicación abundante y respetuosa, donde sus miembros toman tiempo suficiente para compartir y apoyarse, tiene más posibilidad de enfrentar los embates que presenta el mundo actual.
Por esta razón, lejos de sentir culpa por el tiempo que se le dedica al trabajo, esta oportunidad debe observarse como una gran bendición. Sin embargo, se hace necesario orar y buscar en familia la guía de Dios, como un insustituible recurso para hacerle frente a las adversidades y el agotamiento que, eventualmente, pueda presentar la dinámica laboral. De igual forma, cuando las cosas en el hogar no marchen bien, y estas dificultades se prolonguen, el desempeño, rendimiento, concentración y disfrute en el trabajo se podrán ver afectados. En este punto, es indispensable la orientación profesional para superar la situación.
El trabajo y la familia no son escenarios excluyentes. Mediante un justo y sabio balance el hogar se verá fortalecido, recordando siempre que en el orden de prioridades que Dios nos da en su palabra la familia tiene un lugar primario ante el trabajo.
Un primer aspecto de esta reflexión nos debe conducir a la importancia que tiene un entorno familiar saludable, con relaciones sólidas y positivas, en la proyección laboral de toda persona. En efecto, cuando la situación familiar enfrenta dificultades, la persona tiende a desconcentrarse, desmotivarse e indisponerse en su ámbito de trabajo. Por eso, son tan importantes el bienestar del hogar y una adecuada calidad de vida personal para el buen desempeño y la realización en el trabajo. De igual forma, se debe prestar atención a los problemas y dificultades que surgen en el escenario laboral, ya que, con frecuencia, su inadecuado manejo hace que se lleven al ámbito familiar, ocasionando más estrés, cansancio, desánimo e irritabilidad.
Un segundo aspecto relevante radica en el dilema entre la cantidad o la calidad del tiempo que se le dedica a la familia. Una idea que ha decrecido, por su obsolescencia, es aquella que señalaba que unos cuantos minutos de calidad dedicados a la familia eran mejor que mucho tiempo asignado pero de baja calidad. Hoy sabemos que todo tiempo compartido en familia debe ser de alta calidad; es decir, un tiempo donde se construyen relaciones armoniosas, donde prevalezca el diálogo abundante y se compartan con satisfacción y respeto las responsabilidades del hogar. En nuestra época, sin embargo, donde existe tanto ruido y agotamiento por las múltiples ocupaciones, se hace necesario recuperar la dimensión cuantitativa del tiempo en familia. Para compartir con la familia se requiere disponer de un tiempo adecuado. Los valores no se pueden inspirar, ni modelar en los hijos sino se toma el tiempo suficiente para compartir experiencias y sostener diálogos abundantes con ellos. Por su parte, el vínculo matrimonial tampoco se puede fortalecer ni remozar sino se toma tiempo para la intimidad afectiva, física y espiritual de la pareja.
Durante mucho tiempo, prevaleció una idea equivocada en el mundo laboral, la cual consideraba como modelo de un “buen trabajador”, aquel que demostraba su lealtad y disposición a la empresa, mediante su permanencia en ella durante jornadas interminables. Bajo esta perspectiva, el antiguo paradigma alentaba a las personas a “sacrificar” sus actividades personales y familiares, por las tareas y responsabilidades en el trabajo.
Aunque aún pueden subsistir resabios de esta concepción, se ha comprobado ampliamente que la ausencia de un balance apropiado entre el trabajo y la familia terminará por socavar a una o a ambas dimensiones de la vida de una persona.
Una de las claves para el éxito en la vida de una persona consiste en poder establecer un adecuado equilibrio entre el tiempo dedicado al trabajo y a la familia, en sentir satisfacción y realización en ambos escenarios. Por diversas y complejas razones de carácter socioeconómico y cultural, cada vez más las mujeres han tenido que asumir responsabilidades laborales fuera de su hogar. En ocasiones se ha asociado esta situación al hecho de que los hogares se muestran actualmente más vulnerables, ya que la mujer, en el pasado, permanecía más tiempo al frente de las tareas del hogar y esto permitía una mayor atención y orientación a los hijos.
Sin embargo, la modificación de la dinámica familiar, a partir de una mayor incorporación de las mujeres a trabajos fuera del hogar, no puede presentarse como la única causa del aumento de los problemas en los niños y adolescentes. El problema es mucho más complejo, para reducirlo a este argumento. Hoy existe más conciencia en que los hombres deben compartir la responsabilidad en las tareas del hogar.
También resulta cierto que un hogar afianzado en valores sólidos, con una distribución adecuada y equitativa de responsabilidades, con una comunicación abundante y respetuosa, donde sus miembros toman tiempo suficiente para compartir y apoyarse, tiene más posibilidad de enfrentar los embates que presenta el mundo actual.
Por esta razón, lejos de sentir culpa por el tiempo que se le dedica al trabajo, esta oportunidad debe observarse como una gran bendición. Sin embargo, se hace necesario orar y buscar en familia la guía de Dios, como un insustituible recurso para hacerle frente a las adversidades y el agotamiento que, eventualmente, pueda presentar la dinámica laboral. De igual forma, cuando las cosas en el hogar no marchen bien, y estas dificultades se prolonguen, el desempeño, rendimiento, concentración y disfrute en el trabajo se podrán ver afectados. En este punto, es indispensable la orientación profesional para superar la situación.
El trabajo y la familia no son escenarios excluyentes. Mediante un justo y sabio balance el hogar se verá fortalecido, recordando siempre que en el orden de prioridades que Dios nos da en su palabra la familia tiene un lugar primario ante el trabajo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario