Tengo unos amigos que están casados desde hace 12 años.
Hasta hace unos meses llevaban, aparentemente, una
excelente relación, pero, poco a poco, se ha ido creando una fría distancia
entre los dos. Ella se mantiene ocupada con los niños, el trabajo y sus amigas.
Él se ocupa de sus negocios y sólo sale con sus amigos.
Ellos han perdido, lamentablemente, el deseo de compartir y ha germinado la
desconfianza, la tristeza, la impotencia y el resentimiento.
Sus amigos, que están muy preocupados por la situación,
opinan y toman partido.
Es curioso lo fácil que nos puede resultar, en un momento dado, observar, desde afuera, la vida de otras personas para juzgar con ligereza los pocos hechos que conocemos, señalar un culpable y crear la posible solución al conflicto.
Es curioso lo fácil que nos puede resultar, en un momento dado, observar, desde afuera, la vida de otras personas para juzgar con ligereza los pocos hechos que conocemos, señalar un culpable y crear la posible solución al conflicto.
Esto lo hacemos muchas veces inconscientemente, sin conocer
verdaderamente las razones por las que llegaron a estar en esa situación e
ignorando que cada persona siempre tiene una parte de la razón; y que en el
caso de una pareja, sólo habiendo considerado el punto de vista y la necesidad
de cada uno, es como se puede llegar a construir un acuerdo que les permita
sentirse a gusto en compañía uno del otro y suficientemente motivados para
hacer el trabajo necesario de cambiar y de incorporar nuevos y mejores
sentimientos y actitudes a la relación.
La amistad, que es indispensable para mantener una buena
relación de pareja, nos da la capacidad de disculpar y perdonar con más
facilidad los errores y las faltas, nos motiva a compartir todo con esa persona
porque encontramos una gran afinidad de intereses, nos comunicamos con
sinceridad y confianza, prestando más atención al momento de escuchar; también
nos convierte en cómplices y en compañeros en la aventura de la vida, evita que
juzguemos con ligereza, y nos hace estar más dispuestos a aceptar las
diferencias personales.
Para que una relación de pareja sea satisfactoria y se
mantenga en el tiempo, se requiere que muchos elementos se conjuguen: pasar
tiempo de calidad juntos para compartir y hacer crecer el amor, tener proyectos
comunes. Hay que considerar, también, la necesidad que cada uno de nosotros
tiene de reservar un pequeño espacio para hacer aquellas cosas que nos hacen
sentir bien. Contar con la anuencia y con la compañía de la pareja para
disfrutar de este espacio puede darle a nuestra vida un aire de tranquilidad y
realización.
La confianza, la comunicación clara, abierta y directa,
el respeto, la lealtad, la gratitud y el amor, harán que podamos disfrutar de
la compañía de nuestra pareja, sin sentir en algún momento que hemos perdido o
renunciado a nuestra identidad.
Cuando después de algunos años de convivencia, todavía
podemos pasar horas conversando con esa persona sin sentir el paso del tiempo,
cuando nos sentimos dispuestos a compartir los momentos especiales, aun en
silencio; cuando podemos apoyarnos el uno en el otro porque sabemos que estamos
ahí para darnos la mano, cuando reímos juntos de las pequeñas tonterías que nos
pasan, cuando sabemos que esa persona siempre está pendiente de nosotros,
cuando a pesar de ser diferentes encontramos y resaltamos los elementos en
común y las mejores características del otro, cuando perdonamos con facilidad
para salir de la ira o del dolor y recuperar la alegría y las ganas de
compartir, seguimos tan enamorados como al principio.
Es importante revisar
las expectativas que tenemos acerca de nuestra pareja, de manera que podamos
considerar todo lo positivo que esa persona trae a nuestra vida. Y a menos que
la causa de nuestro malestar sea un comportamiento destructivo o irresponsable,
en cuyo caso deberemos buscar ayuda profesional para resolverlo, bien vale la
pena, fortalecer cada uno de estos aspectos entre los dos para darnos otra
oportunidad.
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