En Génesis 1:31, dice el Señor “Y vio Dios todo cuanto había hecho, y era bueno en gran manera.” Esta fue la calificación que el mismo Dios dio a su obra de creación, a la naturaleza, a los animales, a las plantas, a todo el universo, al hombre y también a ti Mujer porque, junto al varón, tú eres cabeza, reina y corona de la creación.
Al momento de Dios formarte, se tomo su tiempo, fue su mente divina la que te concibió, el es el arquitecto de tu ser y fueron sus manos las que te dieron forma. Dios te puso junto al hombre para que fueras su compañera, su ayuda idónea, y una ayuda idónea significa, la que se corresponde llevar, la imprescindible, aquella que no se puede sustituir, la que esta capacitada y preparada para la batalla.
Tú, mujer fuiste hecha de una costilla del hombre, es decir de su costado; no de la cabeza para que tuvieras dominio sobre él, ni tampoco para que recibieras ordenes; ni de sus pies para que seas pisoteada por él; sino de su costado para que fueran iguales; debajo de su brazo para ser protegida; y de junto al corazón para que seas amada por tu esposo.
El término varona del hebreo (Ishah) apela a un hombre de sexo femenino, Dios las distingue en el sexo, pero no en la naturaleza.
Tu dignidad no depende del concepto de la sociedad, ni de los parámetros que ésta ha querido poner como estandarte. Tu dignidad viene de Dios, está intrínseca en tu ser por creación.
Tu eres hecha a “Imagen y Semejanza de Dios” (Génesis 1:26); “Imagen” quiere decir que tienes atributos de Dios en ti, tales como la capacidad de sentir amor, compasión, ternura, perdón, bondad, comprensión, razón..., “Semejanza” significa que tienes el carácter de Dios en tu ser, entiéndase dignidad propia, honradez y dominio propio, eres completa en ti misma y no necesitas más nada.
El Creador también te ha dotado de una cualidad excepcional, la procreación, el tener dentro de ti otro ser humano y traerlo al mundo, alimentarlo, cuidarlo, criarlo, educarlo, formar para Dios un ser que dignifique su nombre.
También eres la administradora, quien cuida y junto al hombre guía la familia y el hogar. Núcleo que Dios ha formado como medio, con el propósito de reproducir en cada ser humano su carácter.
Lo más importante es que el propósito esencial de tu creación, según (Efesios 1:12), es que fuiste hecha para que alabes y honres a Dios con toda tu vida y ser.
Pero, en aquel momento de tanta expectación, hubo alguien que te observó y reconoció todo tu potencial, y vio que tú serías un instrumento de honra para Dios, y quiso, quiere y querrá hasta el fin de los tiempos, destruirte, desviarte de los propósitos para los cuales existes.
El no quiere nada bueno para ti, una vez te hizo caer, y poco a poco comenzó a tratar de cambiar en ti tu verdadera esencia, tus verdaderos valores, a cambiar en ti la visión y la misión para la que Dios te trajo al mundo.
Todavía hoy, él lo sigue intentando. Y para ello ha establecido “nuevos objetivos para tu vida”, nuevas escalas de valores y comportamientos que te vende como lo imprescindible para que seas una verdadera y completa mujer. Muchas veces, ha tomado tus dotes físicos y los ha explotado como mercancía, dándote sólo un lugar de objeto. Ha tratado de menoscabar la sublime responsabilidad de ser la forjadora de hijos sanos física, mental, emocional y espiritualmente; y en vez de que permanezcas cerca y junto a tu esposo, ha puesto mecanismos para distanciarte y para que, no siendo su ayuda idónea, te conviertas en su rival.
Por esto Cristo aparece en la escena, con su muerte. Él ha logrado quitar al enemigo la potestad y el dominio que en algún momento tuvo sobre ti. Él ha venido a darte la libertad de las cadenas del pecado, a restaurar tu cuerpo, alma y ser por entero.
En Cristo eres más que vencedora (Romanos 8:37). Él te ha dado una nueva creación, sólo tienes que creer y accionar de acuerdo con su palabra, y estarás en condición de ser la mujer que él quiere usar para su gloria y honra, llevando a cabo la grandiosa labor que ha dispuesto para ti.
Que Dios te bendiga.
Al momento de Dios formarte, se tomo su tiempo, fue su mente divina la que te concibió, el es el arquitecto de tu ser y fueron sus manos las que te dieron forma. Dios te puso junto al hombre para que fueras su compañera, su ayuda idónea, y una ayuda idónea significa, la que se corresponde llevar, la imprescindible, aquella que no se puede sustituir, la que esta capacitada y preparada para la batalla.
Tú, mujer fuiste hecha de una costilla del hombre, es decir de su costado; no de la cabeza para que tuvieras dominio sobre él, ni tampoco para que recibieras ordenes; ni de sus pies para que seas pisoteada por él; sino de su costado para que fueran iguales; debajo de su brazo para ser protegida; y de junto al corazón para que seas amada por tu esposo.
El término varona del hebreo (Ishah) apela a un hombre de sexo femenino, Dios las distingue en el sexo, pero no en la naturaleza.
Tu dignidad no depende del concepto de la sociedad, ni de los parámetros que ésta ha querido poner como estandarte. Tu dignidad viene de Dios, está intrínseca en tu ser por creación.
Tu eres hecha a “Imagen y Semejanza de Dios” (Génesis 1:26); “Imagen” quiere decir que tienes atributos de Dios en ti, tales como la capacidad de sentir amor, compasión, ternura, perdón, bondad, comprensión, razón..., “Semejanza” significa que tienes el carácter de Dios en tu ser, entiéndase dignidad propia, honradez y dominio propio, eres completa en ti misma y no necesitas más nada.
El Creador también te ha dotado de una cualidad excepcional, la procreación, el tener dentro de ti otro ser humano y traerlo al mundo, alimentarlo, cuidarlo, criarlo, educarlo, formar para Dios un ser que dignifique su nombre.
También eres la administradora, quien cuida y junto al hombre guía la familia y el hogar. Núcleo que Dios ha formado como medio, con el propósito de reproducir en cada ser humano su carácter.
Lo más importante es que el propósito esencial de tu creación, según (Efesios 1:12), es que fuiste hecha para que alabes y honres a Dios con toda tu vida y ser.
Pero, en aquel momento de tanta expectación, hubo alguien que te observó y reconoció todo tu potencial, y vio que tú serías un instrumento de honra para Dios, y quiso, quiere y querrá hasta el fin de los tiempos, destruirte, desviarte de los propósitos para los cuales existes.
El no quiere nada bueno para ti, una vez te hizo caer, y poco a poco comenzó a tratar de cambiar en ti tu verdadera esencia, tus verdaderos valores, a cambiar en ti la visión y la misión para la que Dios te trajo al mundo.
Todavía hoy, él lo sigue intentando. Y para ello ha establecido “nuevos objetivos para tu vida”, nuevas escalas de valores y comportamientos que te vende como lo imprescindible para que seas una verdadera y completa mujer. Muchas veces, ha tomado tus dotes físicos y los ha explotado como mercancía, dándote sólo un lugar de objeto. Ha tratado de menoscabar la sublime responsabilidad de ser la forjadora de hijos sanos física, mental, emocional y espiritualmente; y en vez de que permanezcas cerca y junto a tu esposo, ha puesto mecanismos para distanciarte y para que, no siendo su ayuda idónea, te conviertas en su rival.
Por esto Cristo aparece en la escena, con su muerte. Él ha logrado quitar al enemigo la potestad y el dominio que en algún momento tuvo sobre ti. Él ha venido a darte la libertad de las cadenas del pecado, a restaurar tu cuerpo, alma y ser por entero.
En Cristo eres más que vencedora (Romanos 8:37). Él te ha dado una nueva creación, sólo tienes que creer y accionar de acuerdo con su palabra, y estarás en condición de ser la mujer que él quiere usar para su gloria y honra, llevando a cabo la grandiosa labor que ha dispuesto para ti.
Que Dios te bendiga.
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